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Igual parece a los eternos Dioses

quien logra verse frente a ti sentado.

¡Feliz si goza tu palabra suave,

¡Suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime

Sólo en mirarte; ni la voz acierta

De mi garganta a prorrumpir, y rota

Calla la lengua.

Fuego sutil dentro de mi cuerpo todo

Presto discurre; los inciertos ojos

Vagan sin rumbo; los oídos hacen

Ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado;

Pálida quedo cual marchita yerba;

Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,

Muerta parezco.

                                        Safo.

 

 De veras, quisiera morirme. Al despedirse de mí llorando, me musitó las siguientes palabras: "Amada Safo, negra suerte la mía. De verdad que me da mucha pena tener que dejarte." Y yo le respondí: "Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí, porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado. Y si no, quiero recordarte lo que tu olvidas: cuantas horas felices hemos pasado juntas. Han sido muchas las coronas de violetas, de rosas, de flor de azafrán y de ramos de aneldo, que junto a mí te ceñiste. Han sido muchos los collares que colgaste de tu delicado cuello, tejidos de flores fragantes por nuestras manos. Han sido muchas las veces que derramaste bálsamo de mirra y un ungüento regio sobre mi cabeza." 

                                                                                                            Safo.

 

Vienen se a diferenciar

la gallina y la mujer,

en que ellas saben poner,

nosotras solo quitar;

y en lo que es cacarear,

en eso tenemos el mismo tono.

                         Quevedo.

 

“Tenemos a las heteras para el placer, a las concubinas para que se hagan cargo de nuestras necesidades corporales diarias y a las esposas para que nos traigan hijos legítimos y para que sean fieles guardianes de nuestros hogares”

                                                                                 Demóstenes, Contra Neera.

 

“El silencio es un adorno en la mujer”. Sófocles, Áyax.

 

“Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece”  Aristóteles, Política.

 

“La esposa no debe tener sentimientos propios, sino que debe acompañar al marido en los estados de ánimo de éste, ya sean serios ya alegres, pensativos o bromistas”.                                                                                                                Plutarco, Moralia.

 

“De modo diverso la divinidad hizo el talante de la mujer

desde un comienzo. A la una la sacó de la híspida cerda:

en su casa está todo mugriento por el fango,

en desorden y rodando por los suelos.

Y ella sin lavarse y con vestidos sucios,

revolcándose en estiércol se hincha de grasa.

A otra la hizo Zeus de la perversa zorra,

una mujer que lo sabe todo. No se le escapa

 inadvertido nada de lo malo ni de lo bueno.

 De las mismas cosas muchas veces dice que una es mala,

y otras que es buena. Tiene un humor diverso en cada caso.

Otra, de la perra salió; gruñona e impulsiva,

 que pretende oírlo todo, sabérselo todo,

y va por todas partes fisgando y vagando

y ladra de continuo, aun sin ver nadie.

No la puede contener su marido, por más que la amenace,

ni aunque, irritado, le parte los dientes a pedradas,

ni tampoco hablándole con ternura,

ni siquiera cuando está sentada con extraños;

sino que mantiene sin pausa su irrestañable ladrar.

A otra la moldearon los Olímpicos del barro,

y la dieron al hombre como algo tarado. Porque ni el mal

 ni el bien conoce una mujer de esa clase.

De las labores sólo sabe una: comer.

Ni siquiera cuando Zeus envía un mal invierno,

 por más que tirite de frío, acerca su banqueta al fuego.

Otra vino del mar. Ésta presenta dos aspectos.

Un día ríe y está radiante de gozo.

Cualquiera de fuera que la ve en suhogar la elogia:

“No hay otra mujer más agradable que ésta

ni más hermosa en toda la tierra.”

Al otro día está insoportable y no deja que la vean

 ni que se acerque nadie; sino que está enloquecida

 e inabordable entonces, como una perra con cachorros.

Es áspera con todos y motivo de disgusto

resulta tanto a enemigos como a íntimos.

Como el mar que muchas veces sereno

y sin peligro se presenta, alegría grande a los marinos,

en época de verano, y muchas veces enloquece

revolviéndose en olas de sordo retumbar.

A éste es a lo que más se parece tal mujer

en su carácter: al mar que es de índole inestable.

 Otra procede del asno apaleado y gris,

que a duras penas por la fuerza y tras los gritos

 se resigna a todo y trabaja con esfuerzo

en lo que sea. Mientras tanto come en el establo

toda la noche y todo el día, y come ante el hogar.

Sin embargo, cuando se trata del acto sexual,

acepta sin más a cualquiera que venga.

Y otra es de la comadreja, un linaje triste y ruin.

Pues ésta no posee nada hermoso ni atractivo,

nada que cause placer o amor despierte.

Está que desvaría por la unión de Afrodita,

pero al hombre que la posee le da náuseas.

Con sus hurtos causa muchos daños a sus vecinos,

y a menudo devora ofrendas destinadas al culto.

A otra la engendró una yegua linda de larga melena.

Ésta evita los trabajos serviles y la fatiga,

y no quiere tocar el mortero ni el cedazo

levanta ni la basura saca fuera de su casa,

ni siquiera se sienta junto al hogar para evitar

el hollín. Por necesidad se busca un buen marido.

Cada día se lava la suciedad hasta dos veces,

e incluso tres, y se unta de perfumes.

Siempre lleva su cabello bien peinado,

y cardado y adornado con flores.

 Un bello espectáculo es una mujer así

para los demás, para su marido una desgracia,

de los que regocijan su ánimo con tales seres.

Otra viene de la mona. Ésta es, sin duda,

 la mayor calamidad que Zeus dio a los hombres.

Es feísima de cara. Semejante mujer va por el pueblo

como objeto de risa para toda la gente.

Corta de cuello, apenas puede moverlo,

va sin trasero, brazos y piernas secos como palos.

¡Infeliz, quienquiera que tal fealdad abrace!

Todos los trucos y las trampas sabe

como un mono y no le preocupa el ridículo.

No quiere hacer bien a ninguno, sino que lo que mira

y de lo que todo el día delibera es justo esto:

cómo causar a cualquiera el mayor mal posible.

A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene! Pues es la única a la que no alcanza el reproche,

y en sus manos florece y aumenta la hacienda.

Querida envejece junto a su amante esposo

y cría una familia hermosa y renombrada.

Y se hace muy ilustre entre todas las mujeres,

y en torno suyo se derrama una gracia divina.

Y no le gusta sentarse con otras mujeres

cuando se cuentan historias de amoríos.

Tales son las mejores y más prudentes

mujeres que Zeus a los hombres depara.

Y las demás, todas ellas existen por un truco

de Zeus, y así permanecen junto a los hombres.

Pues éste es el mayor mal que Zeus creó:

las mujeres. Incluso si parecen ser de algún provecho,

resultan, para el marido sobre todo, un daño.

Pues no pasa tranquilo nunca un día entero

todo aquel que con mujer convive,

y no va a rechazar rápidamente de su casa al hambre,

odioso compañero del hogar, dios de mal temple.

Cuando piensa un hombre gozar de mejor ánimo

en su hogar, por gracia de los dioses o fortuna humana,

encuentra ella un reproche y se arma para la batalla.

Pues donde hay mujer no puede recibirse con agrado

 ni siquiera a un huésped que acude a la casa.

La que parece, en efecto, que es la más sensata,

ésa resulta ser la que más ofende a su marido,

y mientras anda él de pasmarote, sus vecinos

se ríen a su costa, viendo cuánto se equivoca.

Cada uno hará elogios recordando a su propia

mujer, y censuras cuando evoque a la de otro.

¡Y no advertimos que es igual nuestro destino!

Porque éste es el mayor mal que Zeus creó,

y nos lo echó en torno como una argolla irrompible,

 desde la época aquella en que Hades acogiera

a los que por causa de una mujer se hicieron guerra.”

                                               Semónides. Catálogo de las mujeres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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